martes, 19 de octubre de 2010

Medusa con frío.


Déjame besar tu boca
y creer que adentro tengo una fiesta;
morder tu hombro;
y sentir que soy la primera.
Conquístame.
Hazme dulce,
frágil pero valiente
Enceguéceme.
Déjame ser la gorgona de tu odisea,
Antes que me mire en un espejo y me haga piedra
Agarra mis manos de sorpresa y has que me sonroje,
Deja que te mienta y diga que jamás he sentido esto antes,
Antes que olvide como se quería
antes que ya no pueda decir nosotros
antes que mis negaciones me dominen y mis ventanas se cierren
antes que me vuelva una estatua del sal
y ya no quede más que me lleve el mar.

Jesús desde la cuna.

Después de pasar de brazo en brazo, terminé con mi abuela, quien con sus 45 bien tenidos años, odiaba que le dijeran lo que era: Abuela. Su temor a envejecer la hacen una adolecente de pelo teñido y senos caidos.

Una noche mientras gemía con el pastor del grupo cristiano del barrio, yo me mantenía en silencio, en un silencio casi irrespirable adentro de mi cuna, con la idea de que no supieran de mi existencia, o de que no se les fuera a ocurrir alguna cosa que me involucrara.

Mientras mi abuela estaba estirando cada vertebra de los dedos de sus pies, el pastor terminó por verme:

-¿Y esa guagua?

-Ah, era de Mi María, la pobre se dio la última zumba antes que naciera el crio, y pa´ no que cae con la cabeza en plena vereda, y murió, en plenas fiestas. Cuando me llamaron me jodieron toda la celebración. No si, hasta última hora anduvo haciendo escándalo. No sé de a onde habrá salio´ esa niñita.

Venga mejor, que cuando pienso en ella y miro al crio me da pena.

-¿Cómo se llama?

-Jesús.

Desde esa noche bajo los gemidos y rasguños de mi abuela, al pastor se le metió en la cabeza llevarme a su casa, con su señora y sus tres hijos. Ni seis meses y ya quería hacerme suyo el muy hijo de puta. Y claro, que mejor para un pastor que tener al mismo Jesús en su casa.

-Llévatelo si querí, a mi me recuerda demaciao´ a la María, y tu sabí´ que yo no tengo genio pa criar –Respondió mi abuela cuando le ofreció un techo para mí y una mesada de parte de los fieles para ella.

jueves, 14 de octubre de 2010

Jesús.

Yo soy Jesús, sí, tal cual. Yo soy Jesús.
Nací aquí en esta misma vereda de calle Nazaret, por eso me llaman “El Jesús de Nazaret”. Una tarde calurosa de 25 de diciembre de 1967 fue la que me parieron.
María Teresa –Mi madre- era una joven que parecía un camión con su túnica de embarazo, y que salió como pudo esa tarde calurosa de la casa a pedir ayuda, cuando empecé a patear desde a dentro con todo lo que pude, para salirme de ese vientre ya mórbido. Tanto fue el dolor de mi escape, que María se desmayó en plena calle y se pegó justo con el borde en pleno mate, confundiéndose la sangre que salía de sus sesos gastados, con la de su vagina. Entre la confusión y los gritos de los sapos, nací yo. No lloré desde el primer momento en que vi al mundo donde me habían tirado, primero lo observé, detenidamente, –aunque no crean que un mocoso recién nacido, pueda ser consiente, yo sí lo era.Es más: Siempre lo he sido- y cuando el gris del cemento, el rojo de la sangre, y el hedor de la mierda llenaron mis ojos, lloré. Lloré a todo pulmón, entre los comentarios de las moscas:

-Seguro que con el porrazo de la mamá quedo tonto.
-Con to’ lo que se metía la maría pa’ entro, no es pa’ menos.

A esas viejas la miré fijo entre el llanto que desgarraba. Más adelante me encargaría de ellas.

María Teresa murió a las horas después, desangrada camino al hospital en una ambulancia que llegó tarde. Como todas las ambulancias que han tenido que llegar en mi vida.


Pretérito perfecto.

Yo te amè.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Donovan.

Íbamos juntos a todas partes. Su pelo negro semi largo, sus ojos café oscuro, y su sonrisa amable, me encantaban. Cuando se reía, sus ojos se curvaban, y mostraba todos los dientes de esa risa increíble.

Solía dibujar y lo hacía muy bien, a pesar de que siempre en sus croqueras encontraba monstruos, vampiros, y demonios. Y como sus croqueras y pinturas, su nombre significa oscuridad.

Habían tardes en que nos perdíamos del mundo, escuchábamos música, nos enrabiábamos, nos reíamos, nos drogábamos un poco, y a veces hablábamos de amor; de alguna vez sentir amor.

La navidad de ese año fue más tétrica que otras. En casa las cosas no marchaban bien, así que me largué entre gritos y llantos de mi madre, y la borrachera de mi padre. Esa noche era más oscura que otras noches. El día anterior le había comprado un regalo, un arete de punta para su mentón, a el le encantó, y me abrasó con su gran polerón negro, aún no dábamos cuenta que no había luna.

Esa noche cuando la vio perdida, la cobijó como otras tantas veces se guardaban mutuamente, a esa pequeña que lo igualaba a pesar de sus cinco o seis años de diferencia. Le ofreció su compañía, ella aceptó. Caminaron y conversaron por mucho rato, por esas calles ya mil veces caminadas, compraron un par de botellas y cigarros baratos; esa noche ella se quería perder de verdad, y al menos estaba en confianza. Llegaron a su casa, él estaba solo, fueron a su pieza, pusieron un disco fuerte, y después de ver sus últimos dibujos y pinturas, comenzaron a beber: Uno, dos, tres, y se reian de las cosas que decían; Cuatro, cinco, seis, y la música se escuchaba más fuerte, y las miradas se perdían; siete, ocho, nueve, y el le decía que nunca la dejaría sola; diez, once, doce, y las risas ya daban vuelta en toda la pieza; trece, catorce, quince, y ya estaban en su cama, como nunca esperó, besando a quien se decía un hermano; dieciseis, diecisiete, dieciocho, y Salió el sol molesto, un sol más molesto que otros soles, y entre las vueltas que seguían dando las cosas, ella se halló sin ropa interior. Con el gran polerón negro, un cobertor azul desteñido, sus brazos estrechándola, algunas imágenes recortadas y mezcladas, y con el sabor ácido y amargó de las nauseas en la boca. Una no buena primera vez.

Salió siendo buscada, y armando los flash de recuerdos de su mente, entre el hueco creía en su útero, no tenía nada claro. No recordaba nada de esa noche tan negra. Calló, escapó, y entre llantos confundidos, sabía que no volvería a verlo.

Siguió perdida un tiempo, pero entre vergüenza, decepción, y asco, se marchó, y no volvió con aquel quien creyó una vez guardián de su alma.

Ella además de no volverlo a ver, y no saber nada del, –Sólo que por esos días mientras la buscaba terminó en una riña que lo dejó mal herido-, en contadas oportunidades trae sus recuerdos a la mente, y en esos instantes, la turba un miedo extraño, como si aún la estuviera buscando, como si quisiera creer que no cayó en una trampa de destino, -aunque sabe que no es así-. Y aunque las cosas de repente siguieron como si nada hubiera pasado, -como si esa noche tan oscura, hubiera sido el evento tras bambalinas de una función de debía continuar-, nunca habla de ello, y hasta este momento no logra recuperar los recuerdos de esa noche.

Hoy, a veces tiene días buenos y malos, unos mejores que otros, como todas las personas.