El último libro que leí, estaba lleno de palabras y frases en latín. Hay miles mejores que ese, pero como si mi cuerpo hubiera intuido la tragedia, recuerdo cada una de ellas.
¿Recuerdas la que te susurraba en las mañanas?
Sol lucet ómnibus.
En las aguas algo nadaba esas tardes, mi oído sabía que no era un pez. Constantemente todas las mañanas mientras yo lanzaba una caña sin cebo, escuchaba el agua, el bosque, el frío, los peces, la madera, los pájaros, mosquitos; hablaba con este silencio ruidoso del bosque… Pero esa mañana el agua habló distinto.
Eras tú, con tus nados y diez vueltas cada mañana puntual, como un ave rutinaria y meticulosa, como una moderna y casi fiel discípula de Artemisia, cazadora detallista y orgullosa.
El agua se movía distinto a los otros días, chocaba con la madera del bote con un sonido más grave, -sentía seguramente mejor que yo-, la madera me avisaba que estabas ahí
¿Sabes còmo se dice que el tiempo vuela en latín?
Tempus fugit
El tiempo volaba con tus nados de cada mañana, el mismo de esas inmensas y largas horas, de los largos días, de las largas semanas, que antecedieron a tu capricho. Los peces seguramente huían al ver una extraña, y sólo quedaba tu sonido, tu sonido quebrado, de un nado delicado, pensado, y claramente desnudo; ese era el sonido de tu cuerpo desnudo, de eso hoy no me cabe duda.
Después salías del agua. Las gotas que caían de tu pelo largo formaban un ritmo violento, continuo, que cesaba después al caer sobre tu cuerpo, luego la fricción con la toalla más tu piel de gallina, y finalmente el frío que cantaba en tu mandíbula.
Todo formaba una melodía compleja que quería seguir escuchando, pero que no pensé sentir cerca, que se plantaba toda la tarde en mi cabeza, e hicieron que me posara compulsivamente en el piano, como hace ya muchos meses -sin darme cuenta- no lo hacía.
Una tarde llegó Roberto, un viejo conocido, alto pero no lo suficientemente alto, sin mucha presencia, y por lo que recuerdo, de piel morena, y ojos claros.
-Te voy a presentar a la mejor actriz de este continente - Me comentò-
-¿Còmo es?
-Perfecta.
-Algún día iremos a verla al teatro, hace que se emocione hasta el más parco de los momios… Disculpa… no quise…
-No importa, ni yo me acostumbro. Vamos de todas formas haber si emociona hasta a los ciegos.
-Pasa Gigi, te presento a …
Te conocí y no eras perfecta. Roberto hablaba de tu belleza, tu agudo sentido del humor, y que siempre tus palabras ganaban. Pero no, no eras perfecta. Cuando nos presentaron, comprendí que el agua esas mañanas cantaba mi réquiem.
Si te hubiera visto, seguramente habría caído rendido como todos, ante esos ojos que según Roberto son pardos, y que según tú son café oscuro, y que para mi sólo serán ojos.
Pero yo te conozco, yo te conozco de verdad, en cada rincón, cada meridiano de tu cuerpo, y cada ágora de tu mente, cada nota de tu voz, cada defecto y afecto de tus rincones.
Gigi, no me deslumbraste.
Cuando meses después fui a una de tus funciones, oí a mujeres y hombres en cada respiración de sus emociones, diciendo que tu acto les apretaba el pecho. Pero a mi no me pasó nada, no sé si por que jamás podré emocionarme con tus obras, por que nunca me gustó el teatro, o por que yo escuchaba tu cuerpo desnudo en el agua.
¿Sabes en lo que me convertí sin ti?
Nemo
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