Nací aquí en esta misma vereda de calle Nazaret, por eso me llaman “El Jesús de Nazaret”. Una tarde calurosa de 25 de diciembre de 1967 fue la que me parieron.
María Teresa –Mi madre- era una joven que parecía un camión con su túnica de embarazo, y que salió como pudo esa tarde calurosa de la casa a pedir ayuda, cuando empecé a patear desde a dentro con todo lo que pude, para salirme de ese vientre ya mórbido. Tanto fue el dolor de mi escape, que María se desmayó en plena calle y se pegó justo con el borde en pleno mate, confundiéndose la sangre que salía de sus sesos gastados, con la de su vagina. Entre la confusión y los gritos de los sapos, nací yo. No lloré desde el primer momento en que vi al mundo donde me habían tirado, primero lo observé, detenidamente, –aunque no crean que un mocoso recién nacido, pueda ser consiente, yo sí lo era.Es más: Siempre lo he sido- y cuando el gris del cemento, el rojo de la sangre, y el hedor de la mierda llenaron mis ojos, lloré. Lloré a todo pulmón, entre los comentarios de las moscas:
-Seguro que con el porrazo de la mamá quedo tonto.
-Con to’ lo que se metía la maría pa’ entro, no es pa’ menos.
A esas viejas la miré fijo entre el llanto que desgarraba. Más adelante me encargaría de ellas.
María Teresa murió a las horas después, desangrada camino al hospital en una ambulancia que llegó tarde. Como todas las ambulancias que han tenido que llegar en mi vida.

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