miércoles, 6 de octubre de 2010

Donovan.

Íbamos juntos a todas partes. Su pelo negro semi largo, sus ojos café oscuro, y su sonrisa amable, me encantaban. Cuando se reía, sus ojos se curvaban, y mostraba todos los dientes de esa risa increíble.

Solía dibujar y lo hacía muy bien, a pesar de que siempre en sus croqueras encontraba monstruos, vampiros, y demonios. Y como sus croqueras y pinturas, su nombre significa oscuridad.

Habían tardes en que nos perdíamos del mundo, escuchábamos música, nos enrabiábamos, nos reíamos, nos drogábamos un poco, y a veces hablábamos de amor; de alguna vez sentir amor.

La navidad de ese año fue más tétrica que otras. En casa las cosas no marchaban bien, así que me largué entre gritos y llantos de mi madre, y la borrachera de mi padre. Esa noche era más oscura que otras noches. El día anterior le había comprado un regalo, un arete de punta para su mentón, a el le encantó, y me abrasó con su gran polerón negro, aún no dábamos cuenta que no había luna.

Esa noche cuando la vio perdida, la cobijó como otras tantas veces se guardaban mutuamente, a esa pequeña que lo igualaba a pesar de sus cinco o seis años de diferencia. Le ofreció su compañía, ella aceptó. Caminaron y conversaron por mucho rato, por esas calles ya mil veces caminadas, compraron un par de botellas y cigarros baratos; esa noche ella se quería perder de verdad, y al menos estaba en confianza. Llegaron a su casa, él estaba solo, fueron a su pieza, pusieron un disco fuerte, y después de ver sus últimos dibujos y pinturas, comenzaron a beber: Uno, dos, tres, y se reian de las cosas que decían; Cuatro, cinco, seis, y la música se escuchaba más fuerte, y las miradas se perdían; siete, ocho, nueve, y el le decía que nunca la dejaría sola; diez, once, doce, y las risas ya daban vuelta en toda la pieza; trece, catorce, quince, y ya estaban en su cama, como nunca esperó, besando a quien se decía un hermano; dieciseis, diecisiete, dieciocho, y Salió el sol molesto, un sol más molesto que otros soles, y entre las vueltas que seguían dando las cosas, ella se halló sin ropa interior. Con el gran polerón negro, un cobertor azul desteñido, sus brazos estrechándola, algunas imágenes recortadas y mezcladas, y con el sabor ácido y amargó de las nauseas en la boca. Una no buena primera vez.

Salió siendo buscada, y armando los flash de recuerdos de su mente, entre el hueco creía en su útero, no tenía nada claro. No recordaba nada de esa noche tan negra. Calló, escapó, y entre llantos confundidos, sabía que no volvería a verlo.

Siguió perdida un tiempo, pero entre vergüenza, decepción, y asco, se marchó, y no volvió con aquel quien creyó una vez guardián de su alma.

Ella además de no volverlo a ver, y no saber nada del, –Sólo que por esos días mientras la buscaba terminó en una riña que lo dejó mal herido-, en contadas oportunidades trae sus recuerdos a la mente, y en esos instantes, la turba un miedo extraño, como si aún la estuviera buscando, como si quisiera creer que no cayó en una trampa de destino, -aunque sabe que no es así-. Y aunque las cosas de repente siguieron como si nada hubiera pasado, -como si esa noche tan oscura, hubiera sido el evento tras bambalinas de una función de debía continuar-, nunca habla de ello, y hasta este momento no logra recuperar los recuerdos de esa noche.

Hoy, a veces tiene días buenos y malos, unos mejores que otros, como todas las personas.

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