Soy un rompecabezas sin algunas piezas: No conocí a ninguno de mis abuelos, ni a más de la mitad de mis pocos tíos.
No tengo abuelos, aunque mis padres sí tengan padres. Mi madre tuvo un padre y una madre; mi padre tuvo un padre que huyo en cuanto el nació dejando a su madre perdida en las cuatro paredes de su casa. De él no sé absolutamente nada, de él no se habla en esta casa, sólo vi por casualidad de la vida en una foto, y el parecido que teníamos en los ojos me hizo creer que incluso le podría haber tenido afecto. Siempre quise encontrar al padre de mi padre.
Hoy con la impotencia del diagnóstico inevitable de mi hermana mayor, yo quiero encontrar al padre de mi padre, a ese muerto -quizás en dónde, quizás de qué-, y gritarle que lo único que nos dejó fue un apellido poco agraciado, las heridas del niño que fue mi padre, y la enfermedad de mi hermana. Necesito contarle que la única persona de su descendencia accidentada que no lo repelía a pesar de sus cobardías, ahora lo odia. Por eso le escribo; por que si los fantasmas existen yo ahora estoy penando a uno. Antes quería encontrarte para saber el pasado de mi pasado, entender razones, y matar la curiosidad de un hombre que no existió en mi vida más que como una sombra tabú en la mesa de los domingos; ahora sólo quiero encontrar tu tumba para gritarte a la calaca tu maldita ausencia ruidosa, quiero condenarte por los males de quienes amo. Quiero volver a matarte por herir mi presente, por no existir en mi vida más que para anunciar la muerte. Quiero devolverte estos ojos tristes e incompletos que me heredaste, cerrar el trato, y que le devuelvas la salud a mi hermana; lo demás puedes llevártelo contigo y a ti con ello.
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