Esa tarde soñó que era un pajarito.
Que volaba por el alto cielo,
de esos que se ven después de la lluvia; celeste puro,
entre nubes blancas,
alejado de este suelo,
camino al sol errante.
Sintiendo la alegría como la sangre que corre,
conociendo la paz y la libertad como no se nos permite a los que caminamos en asfalto.
Voló por todo el mundo,
sentía el viento en su cara,
bebió agua del roció,
siguió por la ruta del pasto verde y las flores con aroma a amor.
Vio a más aves como el volar al mar,
y por primera vez se sintió acogido, con los suyos: En familia.

Pero había que despertar.
Y el seguía siendo aún un pajarito con sed de libertad.
Y se vio encerrado entre las cuatro paredes beige que formaban su pieza,
y se sintió ahogado,
y se dio cuenta que tenia los pies en la tierra.
El era esa ave que despertó en una jaula.
Ante eso, no halló más solución que el arma que escondía bajo el colchón.
Y no halló más solución para poder volar.
No se despidió de nadie, al menos expresamente,
y no se despidió de nadie.
Y no halló más solución que esa bala para poder volver al cielo.
El solo quería volar, el solo quería libertad…
Caminó decidido hacia un sitio eriazo,
más seguro que nunca;
con la ansiedad de los adictos, con la necesidad de los amantes.
Y no halló más solución que esa bala para poder volar.
Así como el coraje del cual hay que armarse para amar,
es el que ha de usarse para abrazar la muerte,
para besar un sueño, para tocar la libertad…
A la mañana siguiente su cuerpo estaba frío, pero en el había un ligera sonrisa.
En el suelo dejó un vacío, pero ese día se sumó un ave al cielo.
Cuando cantas por las tardes, pienso que tal vez me gustaría tener la mitad de tu coraje, ese coraje medio incomprendido, pero que logro entender cada vez más al verte volar.