sábado, 11 de septiembre de 2010

Pastel de crema y moras.

Mi matrimonio fue perfecto. Un vestido blanco, una iglesia gigante, y un marido ideal; de buena familia, y enamorado. Desde que juré ante Dios amarlo para toda la vida, mi matrimonio pasó a ser lo primero. Cuando nació mi primer hijo, Francisco, pasé de ser una esposa devota, a ser una madre y esposa devota.

Marcos Cifuentes, –Mi esposo-, Francisco, y yo; Amanda Requena de Cifuentes, éramos para toda familia un ejemplo. Yo siempre cociné lo que a él le gustó, incluso hacia pimentos, -aunque yo los odiara desde pequeña-, nunca teñi mi cabello rubio que le gustaba tanto, y su ropa siempre estaba perfecta; tal como aprendí en el colegio de monjas “Nuestra señora María”. Ahí nos enseñaron a ser mujeres y esposas. Siempre intente ser pulcra, ejemplar, elegante y mesurada, y siempre me entregué a mis dos hombres, Francisco y Marcos. Dios es testigo de aquello.

Los primeros meses después de que nació Francisco, no quise dormir en la misma cama que mi marido, no por que no lo amara,- pues una se casa para toda la vida-, sino porque Francisquito era muy pequeño, y una antes que todo es como María: Madre.

Para cuando Francisquito creció, mi marido ya se hacía acostumbrado a dormir en camas separadas. En un intento desesperado por que volviera a buscarme, inicié mi militancia en el partido conservador al que el adhería. De a poco todo empezaba renacer entre nosotros. Un día, Marcos me invito al teatro, era su primer gesto afectuoso en años, esa noche daban “Olvidame otra vez” de un director bastante popular que se relacionaba con el partido. Antes de la función, Marcos me regaló una gargantilla con un delicado medallón, cuando me la puso, acercó sus labios a mi oreja, y comenzó a bajar su mano por mi escote. A pesar de ello, no sentí nada más que pudor. Lo amaba, pero no quise:

Alguien nos puede ver, vamos atrasados –Le dije-
Hace tiempo que no estamos solos – respondió-.

Al fin llegamos al teatro y empezó la función: Una obra maravillosa, una actuación perfecta. Me estremecieron hasta lo más profundo esos ojos cafés brillantes de la protagonista, lloré -aunque las señoritas no debamos hacerlo en público- y estaba tan conmovida que invité al elenco principal y su director a cenar en casa.

Ese día abrimos un buen vino, y serví con mi mejor porcelana, a la mujer de ojos brillantes, profundos, cabello ondulado, y actitud desafiante.
Gigi Legrand: La primera persona a la que no le gusta mi pastel de crema y moras.


Desde esa noche en el teatro, mi marido jamás volvió a ponerme un dedo encima.

No hay comentarios:

Publicar un comentario